Testamento espiritual
Deseo anticipar la aurora que me espera. Porque si una certeza tengo es la de la eternidad. Certeza que me fue regalada en uno de los momentos más sublimes de mi vida. Al pie de la partida de un amigo, lo supe para siempre. Cuando alguien te entrega su partida, se alza ante vos el regalo más sublime que una vida pueda darte, lo trascendente y lo más sagrado del ser.
Por eso, con estas líneas, quiero acercarte hoy mi testamento espiritual, como herencia recibida y como legado más pleno. Sí, en este momento en el que se van tantas personas cercanas y otras que llegan como noticias estadísticas de los medios. En este momento en que no sabemos si vamos a volver a vernos, quiero dar lugar a una escritura que se transmite en el silencio extremo de la esperanza, entre tu corazón y el mío.
Quiero dejar dicho que lo único que importa entre nosotros −vos que me leés y yo que escribo− es aquello que hayamos logrado con nuestro vínculo pleno y amoroso. El que nos permite subirnos a la dignidad de persona que, como decía mi abuela Elvira, es lo único que verdaderamente nos llevamos y dejamos: la dignidad que nos hace libres.
Quiero dejar dicho que viví en Ágape. Esa que es la fiesta del amor de toda persona en su totalidad, en su integralidad, en todo lo que su corporeidad define. Ágape del alma como lugar de encuentro para compartir las elecciones de vida que me permitieron caminarla, construirla y recrearla. Ágape del espíritu, como amor de trascendencia.
Quiero contarte que siempre me gustaron más los vínculos que las relaciones a secas. Porque las relaciones pueden tener muchos formatos y estilos, sin embargo, un vínculo se da cuando se estrechan códigos, raíces y sentido con alguien que, siendo otra u otro diferente de mí, puedo construir un espacio hasta ahora desconocido por ambos, que se hace único y sagrado y, por eso mismo, nos trasciende.
Quiero proclamar que un vínculo es aquello que pude explorar conjunta y simultáneamente con vos*; es ese espacio desconocido, único, misterioso y poderoso, en ese instante en el que fui diferente de vos y a la vez complementaria. Porque un vínculo nos impone la diferencia para complementarnos en la unidad. Porque un vínculo no se establece por los discursos, los relatos o las modas, sean inscripciones de lo filosófico, lo ideológico o cualquier otra urdimbre racional.
Quiero decirte que un vínculo puede forjarse en el silencio y en la sonoridad de todo lo que se hace posible cuando dos personas se gestionan para aquello que los hace vivir. Un vínculo que, a su vez, da vida. Porque un vínculo se fundamenta y se sostiene en el amor, que no es una emoción o un sentimiento que dura un momento o un tiempo determinado.
Un vínculo, en su extrema singularidad, es siempre el regalo de un nuevo comienzo con ese otro o con esa otra que espera sentirse vivo, viva y amado, amada. Como un nuevo día, con su amanecer y su ocaso.
La vida sembrada en esta tierra desde hace miles y miles de años, tuvo que despertar a desafíos, contiendas y batallas y cada día tuvo que ver en el atardecer un nuevo motivo para abandonarse al descanso que hará surgir el día siguiente, y el siguiente y el siguiente. Cada generación tuvo que ponerse en pie en todo lugar y a cada instante para que nuevas generaciones siguieran dando curso a la historia de tiempo en tiempo.
Las generaciones de este tiempo anochecido y difícil que vivimos nos pondremos verdaderamente en pie en el desafío de construir nuevos y buenos vínculos. Y podremos honrar a quienes nos dieron la vida, con la esperanza puesta en la aceptación y la alegría de que el camino es nuevo día a día.
Porque en quienes nos precedieron y con quienes vamos construyendo, ya aprendimos que ningún vínculo sucumbe nunca ante verdades flacas y frágiles, efímeras y sostenidas por lo superficial, lo momentáneo o lo relativo. Ningún vínculo se desmorona por una enfermedad o la mismísima muerte.
Un vínculo se muestra cierto y verdadero cuando −en el lazo construido− se pone en evidencia que está generado por ese algo que lo trasciende. Se eleva desde quienes lo diseñan desde lo mejor de sí mismos como regalo para otros. Es una manera de trascender en un camino común que se renueva en el tiempo a la eternidad.
Por todo esto, a vos que me estás leyendo, te escribo una de estas cosas que se vivencian como una certeza honda y permanente y que en algún momento salen así, hoy como testamento. Para que sepamos los unos con los otros que es bueno seguir remando todo en la consciencia de lo que nos sostiene.
Y para ir caminando más armados y más amados, seguro podremos reconocer la diversidad de encuentros, relaciones y vínculos. Los encuentros físicos sin alma son superficiales, vacíos y, las más de las veces, ni siquiera tienen rango de relaciones. Los almáticos o anímicos −mentales, racionales, emocionales o sentimentales y los que están hechos a pura y sola voluntad− son lindos y muchas veces buenos, pero no llegan al fondo. Suelen quedarse en las disquisiciones de las mentes hasta brillantes, o en el espacio de las emociones extraídas por algunas palabras altisonantes del orador de turno. O también en la buena voluntad de quienes quieren verse cerca de alguien y tener empatía fabricada. Pero a esas posibilidades les falta belleza y por tanto verdad.
Los encuentros y vínculos totales se dan en el espíritu, que es donde se produce la hondura del equilibrio para la libertad y la dignidad de la persona humana. En el lugar donde se conjugan la bondad, la verdad y la belleza.
El espíritu, es ese lugar sagrado que nunca será profanado ni con los más grandes inventos de la ciencia, ni con los idearios de ningún tipo, incluidos las distintas variantes de las espiritualidades de moda, las creencias formuladas desde un ámbito racional o las incontables diatribas sucedidas en los púlpitos de todo tipo. Porque ninguna muerte puede matar el espíritu. Ni matando la carne antes de que pueda nacer.
Allí, en ese lugar especial que pertenece en singularidad total a cada persona, es donde se funda definitivamente el encuentro de nuestro espíritu con el Espíritu de Dios. Es donde cuerpo, alma y espíritu se hacen uno para transitar la inmensidad de la novedad permanente, donde está Dios obrando y teje vínculos de comunión y unidad en lo diverso. Y, justamente, es en el equilibrio de nuestro ser pleno y total, donde verdaderamente se muestra la imagen y semejanza con nuestro Dios que es Uno y Trino.
Quiero que sepas que me hace muy feliz saber que nuestro Buen Padre Dios quiso compartir mi tiempo en esta tierra con el tuyo. Y me hace feliz reconocer ese hilo de permanencias y certezas comunes unidas en un mismo espíritu. Porque el vínculo se construye sobre la comunión plena que es la adoración a Dios.
Si llegaste hasta acá, no sos creyente y sentís que este testamento no te pertenece, quiero que sepas que sí, que mientras lo escribo, puse tu rostro en estas líneas y está dirigido también a los que no creen en Dios o no tienen ninguna creencia. Porque hay una “creencia” que no está en la mente, que no sucede en la dimensión racional, porque se sitúa en el corazón de toda persona y nos iguala y unifica: el Amor.
Y desde este Ágape/Amor es donde me paro hoy para dejarme llevar hasta cada una de las personas que pasaron por mi vida. Para que puedan reconocerme y reconocerse de una manera: mi vida y la tuya son una sola. Una sola que es, en su propio tiempo, siempre en presente continuo. Y así, nos reconocemos eslabones en la historia de la humanidad toda y podemos ver que en el hoy está viva la suma del ayer de nuestros ancestros y en el mañana estarán siendo celebrados también tus sueños y los míos, que fueron la siembra amorosa y permanente para que los que vienen después sigan fundando. Esta es la certeza de una grandeza humana que sólo puede asentarse en el Ágape que da lugar a su divinidad más allá de ella misma y sus propósitos personales cortoplacistas.
Por eso, si muero en este tiempo de pandemia, quiero que sepas que sos mucho más que mi hijo, mi amigo, amiga, compañero o compañera de trabajos, pastor, familiar, hermana o hermano. Toda tu vida es mucho más que los recuerdos, que las alegrías y las tristezas, que los encuentros y desencuentros, que las fortalezas y debilidades, que el tiempo en presencia y las distancias.
Sos una gota de agua en el océano infinito del espíritu de Dios, que se sumó en el mismo tiempo histórico a esta otra gota y nos unimos para ser amadoras permanentes de la inmensidad, a la eternidad.
Así como sé que vos podrías manifestar esto mismo a otras personas, vos sabés que yo también y, aunque en este océano sean pocas las gotas de agua con las que nos fundimos, serán sin duda multiplicadoras de este efecto interminablemente.
Reconocerlas hoy, −sí, en este tiempo de desolaciones y pandemia, de muertes interminables y dolores ancestrales− es el trabajo que nos toca y, a veces, perdemos el horizonte del agua y nos bañamos en desiertos de arena.
Que en este agua serena y fresca podamos bañarnos hoy para sabernos recibidos por la eternidad que, en este tiempo, pide más y más de quienes pueden quedarse en esta tierra, para dar el mensaje inagotable del Amor que nunca descansa.
Hoy que me acerco y te reconozco a vos, que me estás leyendo, mi espíritu se renueva y danza en el agua viva y eterna. Y si por un tiempo te tocó transitar por mi vida de la manera que haya sido, doy gracias por lo que hemos vivido, por todo lo que hemos compartido y por lo profundamente hemos amado. Porque seguro sos una de las personas “con quien tanto he amado”, al decir del poeta**.
Lucrecia Casemajor
1° de julio de 2021
PD: Me gusta pensar que este testamento pueda ser parecido al de quienes no llegaron a decir lo que hubieran deseado. Y te invito a hacerlo tuyo si te parece justo y necesario.
Notas
*Sergio Sinay
** Elegía, poema de Miguel Hernández.
Imagen del mar: https://www.primeroscristianos.com/el-mar-muerto/
Es oración y es cántico...
Es tu Magnificat!! !! !!