La opinología cotidiana extendida especialmente por las redes como derecho a decir cualquier cosa está poniendo en peligro la justicia y la verdad. Y está jugando a seguir en la causa de todas las divisiones posibles, convirtiendo a nuestra sociedad –ya partida por las necesidades vitales–, en un abismamiento perpetuo que nos impone el agrietamiento de nuestras propias entrañas, transidas por los dolores de muchos, y por el desparpajo de quienes ganan dinero posicionando los temas para los que son bien pagados. Y también por la deshonestidad letal de quienes pretenden distraernos.
El “yo pienso”, el “me parece”, el “tengo la sensación” y las diferentes maneras de participar en las redes con las opiniones de la inmediatez que atraviesan cualquier discurso y lo sitúan como verdadero, posible y deseable para algunos, no son ni más ni menos que la dictadura de las realizaciones personales por un momento de éxito como trending topic, que posterga el bien común y no hace más que servir a los intereses de los que nunca repartirán lo que ganan con eso.
Situarnos como sujetos y no sujetados, significa, entre otras cosas, la responsabilidad de dejar muchas veces nuestras sensaciones o pareceres bien guardados, de dejar de opinarlo todo como si supiéramos, para pasar a la búsqueda genuina de una verdad que nos muestre que la justicia está del lado de los menos amados.
Y los menos amados son sin duda los 13,6 millones de pobres y los 2,47 millones de indigentes. La infancia ninguneada, desoída, abusada por cada uno de los que miran para otro lado o no escuchan el grito silencioso de los vientres desnutridos. Los pibes de la droga que, bajo el yugo de los intereses del mercado de la iniquidad, son carne de una muerte temprana. Las mujeres serruchadas, partidas, muertas, insultadas, apaleadas, prostituidas por el sólo hecho de ser mujeres. Los enfermos de males físicos, psíquicos y espirituales que deambulan sin la atención merecida en cada caso. Las personas mayores víctimas de una soledad que les atraviesa la existencia justo cuando tienen que hacer el mejor balance de ellas mismas y disfrutar de lo que ya dejaron hecho. Los pueblos tendidos entre paisajes propios que ven el suelo horadado de miserias por la ambición de los pocos de siempre. Los menos amados son los que día a día sostienen la inequidad con su piel y en sus huesos.
Entonces, nuestros pareceres y sensaciones a través de las redes −que gestionamos desde la comodidad de nuestros celulares y oficinas− se vuelven monstruos de la indiferencia ante la realidad verdadera que está fuera de nosotros. Y propician la violencia instruida pero sorda por la que nos hacemos cómplices de todas las violencias.
Participar comprometida y responsablemente de los cambios de este tiempo, nos impone la dignidad y el valor de amar más y más allá de mí, para salir a encargarme concreta y eficazmente de esos seres que están esperando fuera de las redes virtuales, pero encerrados en las redes de las cárceles actuales.
Si no lo vemos y no lo hacemos, si no empezamos a actuar en lugar de opinar, seremos nosotros los encarcelados en la indigencia moral y la hipocresía, avalando la irresponsabilidad, la ceguera y la soberbia de quienes materialmente son los dueños del mundo, que hoy, son los representantes de ideologías autoritarias y los gobernantes que nos imponen sus estilos atravesados por diversas ambiciones y por maneras de hacer política discursiva, sin discernimiento sobre la realidad real y sin una ética proactiva.
Diciembre 2018
Comments