top of page

La soledad como forjadora de una identidad única y personal




Cuando era apenas una adolescente escuchábamos una canción … “La soledad es un amigo que no está… es su palabra que te ha de llegar igual, …ves que sus sueños son luces en torno a ti y te das cuenta que ya nunca ha de morir,…”. Ahí partió mi amigo –Bira– de 16 años, ese común espíritu que luego busqué siempre…


De muy chiquita (entre los 5/6 años para adelante) tuve la presencia insoslayable y la conciencia de una profunda soledad escondida dentro mío. La tomaba con total naturalidad y hasta la disfrutaba, porque estaba llena de Dios. Era en el campo, entre las plantas de mi madre, el huerto de mi padre, la leche recién ordeñada, los eucaliptus, los animales, los cielos estrellados, el olor a tierra mojada por la lluvia, el del trigo y el lino recién cosechados, ... Dios estaba presente en todas partes, la inmensidad era inmensa, la naturaleza latía. No había duda, Dios estaba dentro mío. Ni siquiera había la posibilidad de pensar en algo diferente.


Cuando fui creciendo, ese lugar de la soledad se empezó a habitar con canciones, razonamientos, filosofadas, lecturas, … Aquello de que la “cultura” te llena con cosas que no siempre tienen que ver con tu realidad sino con la que los demás (padres, amigos, sociedad...) te van minando. Mandatos, creencias, moralidades, religión, estudios, razonamientos, éticas, modas y status, … Todas falsedades en las que nos vimos metidos de una manera u otra, con sus componentes socio-políticos, ilustración y modernidad mediante, educación en y para la razón, cultura europea, revoluciones, adicciones de cualquier tipo.


Todo eso hizo que empezáramos a hablar de las dos soledades: la “genética”, inherente al ser en su soledad existencial y la soledad de ausencia o falta de los demás… La soledad ante el nacimiento y la muerte y la soledad de no bancarse el estar solo. La de no saber qué hacer con ella porque te genera un vacío imposible de soportar y la de no tener con quien salir justo después de que te peleaste con el novio de turno y tus amigos están ocupados ese sábado.


¿Qué soledad? ¿Cuál soledad? La soledad como un monstruo que se cierne sobre nosotros... Litros de tinta al respecto. Shakespeare, Rilke, poetas de todas las lenguas y todos los tiempos, filósofos, iletrados en los bares acodados sobre estaño, Carriego, Borges, quien se te ocurra… Los más y los menos, los pobres y ricos, los que lucharon incansablemente y los que se quedaron rascándose bajo una palmera, naúfragos en cualquier isla… Todas las generaciones de cualquier continente, seres oscuros y de luz, todos y todas –seres de esta materia a la intemperie–, pasamos por esto que se ha dado en llamar soledad, sin terminar de entender de qué se trata, pero poniéndole un nombre para llenar el vacío. Nombrando el agujero para que se haga menos visible… y mas sostenible.


(Jesús se sintió solo cuando los discípulos se durmieron, no es cierto? Qué dolor, qué inmenso dolor esa noche de soledad! Y ellos, que seguro se durmieron porque no podían soportar el no entender lo que estaba sucediendo. Ellos que necesitaron apelar al sueño para alivianar la carga. Era insostenible entender la soledad de Jesús ante la cruz. Era imposible de entender que El se sintiera solo. Era insoportable ver mas y mas, que ellos, como Jesús, también estaban solos. Pero estaban solos de los demás. Ellos y Jesús, estaban solos de otros seres humanos como ellos. Porque no hay humano en la tierra que pueda estarte en TU soledad).


Entonces, se presenta a nuestro razonamiento común, la idea de la soledad como un sentimiento: me “siento solo/a”. Y esa idea puede taladrar las cabezas y horadar los corazones de cualquiera. “Está solo”, “se siente sola”, “estoy solo”, … Se institucionalizó el “Solos y solas”, al punto de que los que concurren a esos lugares, siempre siguen solos y solas irreversiblemente, porque esa es su condición para estar ahí.


Hace años que digo: “soy sola”, pero nunca “estoy sola o me siento sola”… Hace años que vivo sola… desde que nací, adentro mío… y esa soledad es la soledad radical que te llama desde el abismo mismo para decirte que solamente podés ser/estar en/con Dios.


No es un sentimiento, no es una voluntad, no es del cuerpo o el alma. Es del Espíritu de Dios. Es la sed de Dios que no nos atrevemos a conjurar con su definitiva presencia. Es el vacío que te invita a llenarlo con algo que no te pertenece, que no es materia, que no es pensamiento, que no es nada de lo que el ser humano puede incorporar desde su razón, desde su pequeñez, desde su obrar o accionar en este mundo material.


Esa soledad –que seguro habita a todo ser humano, pero no todos están dispuestos a darse cuenta–, es la que llenamos sin prejuicios ni tapujos, con desorden o con orden, para soportar la existencia. Una existencia donde la única que cobra vida paso a paso, es la muerte.

Esta soledad está inscripta en mi génesis, para que aprenda a llenarla con DIOS, solo con El. Es existencial, en tanto me permita creer que hay esta existencia humana y material solamente. Es dolorosa, en tanto me permita creer que es un sentimiento. No hay sentimiento. Hay la posibilidad de construir mi identidad única a partir de esa soledad única que me hace hijo único si me atrevo a llenar mi vida con la VIDA. La soledad que Dios nos pone dentro, es la materia viva del Espíritu que necesita de DIOS para cobrar vida propia en cada uno de nosotros. Es el imán necesario para ir hacia Dios.


Hoy, nada puede ser soledad en mí. No hay soledad de esa soledad. Pero sí puede haber soledad de amigos, de padres, de hijos… Sí podemos sentir soledad de los que no están cerca porque los amamos y nos aman. Porque una vez construida esa identidad en el Padre, en esta vida que transitamos, vamos dando y recibiendo su Amor. No es al revés.


Al revés es donde se producen los apegos mal entendidos, las adicciones a los fenómenos de la voluntad, y entonces el alma, que es el mayordomo que comunica el cuerpo con el espíritu (Watchman Nee), nos hace creer que vivimos “animados” por la vida de los otros.

Vivimos “alentados” por el espíritu de Dios y es a partir de llenarnos de Él que deseamos Amar. No es al revés. La causa ES DIOS, no nosotros. Entonces, podemos sentir la soledad de no tener el abrazo, el beso, la caricia. La de no poder darlo a quien amamos. Y eso tiene que ver con sentirnos habitados por DIOS. Pero nunca al revés.


No hay soledad. Hay identidad en DIOS. Hay latido único con y en Papá Dios. Y si ese latido galopa en la misma frecuencia y resuena al unísono, habremos descubierto cómo amamos. Todo lo demás, son disquisiciones, razonamientos, necesidades del cuerpo, deseos del alma, caprichos de la mente.


En ese cómo amamos, se cocina toda la existencia de Dios en nosotros y no es con parámetros propios de ninguna doctrina religiosa, pensamiento, filosofía, moral… que podemos manifestarlo. Cada uno debe aprender a vivir en ese cómo y ser consecuente con las disposiciones del amor de Dios. No hay moral ninguna para eso, no hay nada que haya escrito otro hombre u otra mujer que pueda decirme cómo vivir MI cómo.


Mi soledad, condición extrema de la existencia humana, me tienta con el salto al vacío de la FE para que pueda encontrar mi cómo en Dios. Y eso no es materia de discusión entre partes. Hay una sola parte: DIOS Y YO, que somos UNO.


Y esto es caso por caso. Es lógica recursiva. No tiene reglas fijas. Es uno x uno, (da UNO).

Pienso en tu soledad habitada al extremo, amando en Papá y Mamá Dios. Siento la mía. Pienso en la soledad de las personas que no pueden encontrar a Dios para llenarse y VIVIR. Que no pueden entonces Amar en Dios, que es la Libertad en suma perfección.


31 de marzo 2008

12 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Commenti


bottom of page