Lc 12, 25
El tiempo de Dios –kayrós– y el tiempo del ser humano sobre esta tierra –kronos– serán siempre motivo de charlas, filosofadas, desvelos y desencuentros por parte de quienes no pueden responder a la concordancia entre el “momento adecuado u oportuno” y “el tiempo o periodo determinado”. Sólo conceptos. Y mientras tanto, la vida –nuestra vida− sucede más allá de ellos.
Hay quienes creen solo en el kronos, pero les encantaría poder creer en el kayrós. Y hay quienes, creyendo en el kayros, enredamos nuestra vida tan recargada de tiempos en los que no damos lugar a nuestra pobre cronología apurada y maltratada por el rally de la inmediatez.
Hablamos para eso de “parar la pelota”, de “bajar un cambio”, de emprender “momentos de ocio creativo”, de “dejar un rato el celular”, de permitirnos “un tiempo para uno mismo”, de buscar momentos “para la vida interior” y de tener una vida “más saludable”. De tantas cosas hablamos.
Y, ¿cómo hacer para que nuestro kronos adquiera la posibilidad de ejercitar nuestro curso de vida de una manera más plena, más verdadera, más bella?
Una vida que pueda ser vivida desde un ejercicio más amplio –y tal vez más bello–que contenga las dos caras de la misma moneda como son esos dos tiempos.
Una vida del instante a perpetuidad. Por ejemplo, que en cada momento del día –ante la necesidad de parar y de vivir intensamente eso que estoy viviendo en ese instante– me pueda decir que ese instante es único, sagrado y eterno para Dios. Porque así lo es. Porque cada instante de nuestra vida queda inscripto en el kayrós, pero para eso debemos otorgarle presencia y vida desde nuestra propia conciencia.
Hacer nuestro el instante es ser dueños de una eternidad viva y valiente. Ser dueña de mi tiempo debe ser la constante para que mi vida adquiera plenitud. Parar es mirar que vivo cada momento del día como único.
Si vivimos a conciencia la apropiación del instante como materia prima de la eternidad, podremos existir en cada espacio. Y sobre todo, podremos ser mucho más felices, cuando damos lugar a nuestro tiempo kronos sin desvirtuarlo, para que se convierta en tiempo kayrós, de trascendencia. Y, ese tiempo, lleva puesto el título de eternidad, que suele ser sinónimo de felicidad.
El instante y la eternidad son los cómplices perfectos de nuestra existencia.
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