Mucho se habla de relaciones y de vínculos en este tiempo en el que la necesidad de escucha y la valentía de hacernos más próximos nos interpelan para lograr una mejor comunicación, se dice. Pero se hace necesario ir mas a fondo sobre qué es una relación y qué es un vínculo.
Las relaciones pueden tener muchos formatos y estilos y no necesariamente ser sostenidas en el tiempo. Ejemplo de estas son aquellas con personas con las que hemos estudiado en cierto momento de nuestra vida o hemos compartido equipos de trabajo o de deportes, y que pueden caducar cuando se termina ese tiempo en común. También tenemos relaciones con algunos familiares en un momento de nuestra historia; nos acercamos, compartimos cumpleaños, casamientos y navidades, pero luego, mudanzas mediante y con el paso del tiempo sin vernos, se nos ajustan internamente a esa medida de la distancia.
Nos relacionamos con personas de todo tipo, con mayor o menor grado de intensidad durante la mayoría del tiempo de nuestra vida, pero cuándo es que una relación se convierte en un vínculo.
Sergio Sinay decía que un vínculo “es la exploración conjunta y simultánea de un espacio desconocido y único llevada a cabo por dos seres diferentes y complementarios”.
Un vínculo se da cuando se estrechan códigos, raíces y sentido con alguien que, siendo otro −diferente de mí y hasta extraño− puedo construir un espacio hasta ahora desconocido por ambos, que se hace único y sagrado y por eso mismo, nos trasciende.
Entonces, un vínculo es eso que exploro conjunta y simultáneamente con vos; es ese espacio desconocido, único, misterioso y poderoso, en ese instante en el que soy diferente de vos y a la vez complementaria a vos. Un vínculo no se establece por los discursos y las modas. Un vínculo nos impone la diferencia para complementarnos en la unidad.
Un vínculo puede forjarse en el silencio o en la sonoridad de todo lo que se hace posible cuando dos se gestionan para aquello que los hace vivir y da vida. Porque un vínculo se fundamenta y se sostiene en el amor, que no es una emoción que dura un rato.
Un vínculo, en su extrema singularidad, es siempre el regalo de un nuevo comienzo para muchos otros que esperan sentirse vivos y amados. Como un nuevo día, con su amanecer y su ocaso. Porque la vida sembrada en esta tierra desde hace miles y miles de años, tuvo que despertar a desafíos, contiendas y batallas y tuvo que ver en el atardecer un nuevo motivo de descanso para abandonarse al día siguiente, y al siguiente y al siguiente. Cada generación tuvo que ponerse en pie en todo lugar y a cada instante para que nuevas generaciones siguieran dando curso a la historia de tiempo en tiempo.
Las generaciones de este tiempo que vivimos nos pondremos verdaderamente en pie en el desafío de construir nuevos y buenos vínculos. Y podremos honrar a quienes nos dieron la vida, con la esperanza puesta en la aceptación de que el camino es nuevo día a día.
Porque en quienes nos precedieron y con quienes vamos construyendo, ya aprendimos que ningún vínculo sucumbe nunca ante verdades flacas y frágiles, efímeras y sostenidas por lo superficial, lo momentáneo o lo relativo.
Y un vínculo se muestra cierto y verdadero cuando −en el lazo construido− se pone en evidencia que está generado por ese algo que lo trasciende. Se eleva desde quienes lo diseñan desde lo mejor de sí mismos como regalo para otros; una manera de trascender en un camino común.
LC
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