Propuesta para una comunicación gubernamental efectiva
Nota publicada en Revista IMAGEN en agosto de 2004
COLUMNISTA LUCRECIA CASEMAJOR
La autora tiene una larga trayectoria como asesora en comunicación de los últimos gobiernos democráticos. Hace una comparación de sus estilos y advierte sobre el riesgo que corren los gobiernos que entienden la comunicación exclusivamente como herramienta de persuasión o manipulación. Aunque no dé nombres, parece ser una recomendación dirigida a los cultores del "estilo K".
En los últimos años, los argentinos hemos pasado por distintas instancias políticas, sociales y culturales que han ido minando el territorio de la comunicación. Por una parte, el mapa de los medios de comunicación cambió sustancialmente en la Argentina y en el mundo. Lo que antes era un trabajo de relacionamiento directo con los periodistas y profesionales de la comunicación, que buscaban buena información y daban lo mejor de sí para informar a los ciudadanos, se fue transformando –en todos los soportes mediáticos– hasta terminar siendo casi un show del amarillismo, la frivolidad y la desinformación, operaciones de prensa mediante. Por otra, la urgencia de los tiempos mediáticos impusieron reglas de juego en las que caen hasta los más avezados, apurando los tiempos de la política para cumplir con el cierre de los medios. Las dos cosas fueron en desmedro de la veracidad de la información, ya que fue creciendo el escepticismo en la ciudadanía, que comenzó a sentirse engañada tanto por los actores políticos como por los medios. De esto, todos hemos sido un poco responsables.
Hay que barajar y dar de nuevo, porque estamos ante una nueva cultura de las relaciones, del conocimiento, de la gestión de las comunicaciones y de la información y no sólo hay que pararse a pontificar desde una tribuna que "la comunicación integral constituye una fuerza tan potente como la acción", citando las teorías de moda, sino que hay que arremangarse y empezar a gestionarlo a conciencia. Y esto no sólo es un imperativo moral para con la sociedad, sino que es un desafío concreto –y tan urgente como importante– al que los profesionales de la comunicación no debemos tenerle miedo.
La dinámica de las transformaciones de la comunicación merece algunos replanteos profundos en el modo accionar para llevar a cabo la difusión de los hechos de gobierno, porque –como todos sabemos– existen dos tipos de comunicación gubernamental: la informativa, que es el derecho del público a ser informado, y la persuasiva que pone al Estado como generador de ideologías.
En primer lugar, entonces, no hay que olvidarse nunca que la información es un derecho de la sociedad, porque cuando un ciudadano común lee un diario, mira televisión, escucha radio o accede a Internet debería sentirse propietario de lo que conoce y no tener la sensación de ser informado con la apariencia de lo que pasa porque esto lo hace leer entre líneas iniciando la cadena de desinformación.
Suscribo al maestro de la comunicación estratégica mundial, Joan Costa, cuando dice que "hay que hacer una unidad de gestión entre la acción y la comunicación, porque lo que vale para la acción, vale para la comunicación y no hay diferencias sustanciales entre actuar y comunicar".
Si el accionar de un gobierno es el adecuado y los ciudadanos pueden conocer en profundidad lo que hace, la comunicación será efectiva y no efectista. La comunicación gubernamental no debe decirles a los ciudadanos lo que se supone que dicen las encuestas que ellos quieren escuchar, sino darles la información precisa, veraz, en tiempo y forma y en profundidad. No sólo debe decir lo que va a hacer, sino por qué lo hace, con qué recursos, de dónde salen, cómo se van a pagar los créditos, cuáles son los resultados que se pueden esperar y en cuánto tiempo, quiénes van a manejar esos proyectos o planes de acción, cómo serán auditados, con qué costos, cómo pueden participar los ciudadanos en dichos planes, qué franja de la sociedad se beneficia con ellos, qué beneficios pueden reportar para la sociedad en su conjunto y en la proyección económico-financiera del país. Porque los hechos y los actos de gobierno adquieren sentido, significación y valor, cuando se los comunica adecuadamente.
En segundo lugar, el marketing gubernamental y la comunicación social dan por sobreentendido que la información de las organizaciones del sector público es de naturaleza persuasiva, dejando de lado el derecho del público a la información. Por esto, una estrategia basada en la comunicación integral permite una sinergia entre las distintas herramientas del soporte comunicacional y puede transmitir de una manera clara, efectiva, unificada y veraz la comunicación de gobierno que los ciudadanos y la sociedad merecen para estar verdaderamente informados y para ejercer su derecho a criticar o suscribir las políticas que se desarrollan.
Además, un gobierno debe propiciar siempre el debate social. La democracia se basa en la heterogeneidad, en la diversidad, en la posibilidad de ser distinto y opinar de diferente manera, en ejercer nuestra vida dentro de esa libertad de pensamiento. No hay que tener miedo a las diferencias de opinión. Siempre va a haber gente que opina distinto y eso es lo bueno, lo que resignifica y apuesta al cambio, lo que nos aleja del pensamiento único.
Cambiar es transformarse y eso trae una conciencia distinta, que es la conciencia de la conciencia. De ahí no se retorna. Una cosa es ser concientes del hambre de la gente y otra muy diferente es "ser concientes de que somos concientes" de cualquier necesidad de las personas y no hacer nada por eso.
Todo un estilo
La comunicación también es un estilo y el desarrollo del mismo se ve andando. En los últimos años, cada gobierno fue mostrando el suyo. Con el advenimiento de la democracia –administración de Raúl Alfonsín– la comunicación gubernamental estuvo centralizada en la Secretaría de Medios y en manos del vocero del presidente, que instaló un estilo formal y medido para difundir los actos de gobierno.
El propio presidente fue el vocero fundamental de esa época, reconocido por propios y extraños por su habilidad gestual y discursiva. Además, los medios de comunicación pudieron legitimar la libertad de expresión fácilmente en contraposición con la etapa de la dictadura, ante lo que la comunicación de gobierno resultó favorecida. Esta fue una etapa valorable por las dimensiones que adquirió la comunicación para una sociedad que había estado absolutamente desinformada.
En la década de los noventa –administración de Carlos Menem– tuvimos dos etapas de gobierno diferenciadas por las necesidades políticas del mismo y en función de los voceros que administraron la difusión. Por su personalidad, el propio presidente fue un gran comunicador y, además, hubo difusores diversos, como "voceros-funcionarios" –diputados, senadores, ministros– en los que la prensa se referenciaba y de los que extraía información que aparecía como al margen de una estrategia medida y planificada por la comunicación institucional. Este estilo permitió que, por una parte, se accediera fácilmente a la información y que, por otra, resultara riesgoso ya que quedaban las puertas abiertas a filtraciones que hacían vulnerable los actos de gobierno. Recordemos que la era de la globalización acentuó la instantaneidad, por el acceso a las diversas herramientas comunicacionales, que imponían tiempos mediáticos a los tiempos políticos.
Durante la administración de De la Rúa, la comunicación de gobierno se vio afectada por las ideas de neto corte marketinero que los funcionarios encargados de la comunicación confundieron con la realización efectiva de actos de gobierno. Quisieron mostrar un estilo descontracturado, sin conocimientos sólidos de comunicación institucional y política, con el agravante de la no aceptación de las críticas que le permitieran gestionar correcciones en tiempo y forma.
El gobierno de Eduardo Duhalde se expresó con austeridad y de manera centralizada y administró información gubernamental con la conciencia de tener los tiempos políticos ajustados a una realidad muy concreta como eran las elecciones adelantadas. Se manejaron los canales de la comunicación con regularidad y prudencia –tanto a nivel informativo como persuasivo–, lo que le permitió reposicionarse con éxito como líder político y como un eficiente gestor de la crisis.
El imperativo de la Comunicación
Hoy, debemos apostar a nuestra inteligencia como argentinos responsables y comprometidos con la realidad para saber a qué atenemos en cuanto a nuestras creencias, nuestro pensamiento mágico, nuestra ceguera cuando la necesidad de la esperanza nos anula el pensamiento crítico y nuestra capacidad de análisis o cuando creemos que estar informados es un solo diario, ver un solo canal o repetir los comentarios callejeros como ciertos, generando irresponsables cadenas de rumores.
Por otra parte, nosotros, los comunicadores, cada uno desde el lugar que ocupe, también nos debemos a la sociedad y tenemos que ser buenos asesores, críticos y autocríticos. Nos pagan para hacer más transparente, más eficaz y más comprensible la gestión de gobierno, para que los verdaderos protagonistas y constructores de la democracia sean los
ciudadanos en su totalidad.
La gran expectativa es que logremos humanizar nuevamente a la comunicación. Hace unos años dije esto a unos jóvenes publicitarios y uno me contestó que "la comunicación no debe humanizarse, porque la comunicación es humana en sí misma". Por supuesto, es humana como tantas otras cosas que, sin embargo, están deshumanizadas.
Creo que hay que volver a dimensionar el valor del lenguaje y recrearlo en virtud de valores morales y éticos. Por ejemplo, cuando hablamos de "la gente" nos olvidamos que ese sustantivo colectivo habla de la suma de personas, que tiene valor una por una, que tienen pensamiento propio, toman decisiones cada día y padecen dolores únicos.
Debemos devolver la ética a cada una de las propuestas de comunicación, porque cuando se muestra un cadáver en una foto o en televisión, nos olvidamos que esa muerte pertenece al ámbito del derecho a la intimidad de cada persona y merece privacidad y respeto.
Debemos saber que cuando creamos falsas antinomias estamos haciendo distinciones morales que proponen falsos problemas, como cuando se vuelve a hablar en los medios de la "derecha versus el zurdaje".
Debemos darle calidad y neutralidad a la información, porque cuando se adjetiva en exceso, estamos manipulando la cabeza de las personas.
Humanizar la comunicación es situar los valores humanos en primer lugar y ponemos en el lugar del otro todo el tiempo. Ser respetuosos de la vida de cada persona, y del valor de la vida en general, es el ejercicio primordial que debemos poner en práctica para construir una democracia sana y a la altura de los cambios profundos que los nuevos paradigmas imponen a nivel mundial.
De todos los ámbitos de la comunicación depende la creación de una nueva conciencia.
Agosto de 2004
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