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Etiquetar



Desnudo azul. Picasso, 1902. ***


Con lo inmenso que es darnos a la posibilidad de lo único, con la belleza que se despliega si nos abrimos a los diferentes matices que emergen de cada persona, con la verdad que se planta ante mí cuando puedo dejarme guiar hacia las profundidades de alguien que se acerca a mi vida, me pregunto: ¿cómo puede ser que nos estemos dando al lujo injusto e innecesario de etiquetar sin medida y sin argumentos y permitirnos juzgar desde las palabras con una liviandad que puede desarmar a las personas?


Por estas nuevas maneras de querer ser modernos que tenemos, se han puesto muy de moda las etiquetas. Y la definición es muy clara: etiquetar es “clasificar a alguien o algo” o “asignarle una etiqueta”*.


Si pudiéramos pararnos a reflexionar un instante, veríamos las contradicciones propias y ajenas en este mundo donde queda muy bien decir que hay que respetar la diversidad y ser inclusivos (esto incluye al lenguaje). Y también queda bien hablar de trabajar juntos, de visibilizar al otro y a la otra que están en sectores aislados por la sociedad, de respetar las creencias de cada quién, de la necesidad de proteger a las minorías y de muchas y variadas cuestiones más.


No sólo surgen los modismos y las nuevas palabras para nombrar a las cosas que ya dicen mucho por sí mismas. También aparecen otras de las que nos agarramos desesperadamente para creer que somos más progres que nadie y que nos preocupa la realidad. Se compite por ver quien dice en una misma frase más palabras surgidas del acoso moral en el que vivimos.

Hay una hipocresía que asoma en los cambios del lenguaje que se propician como si por la fuerza, y sólo desde la medida de lo que decimos, estuviera dado el compromiso de lo que en verdad debería ser cambiado. Abordar las realidades es meter los pies en el barro, desde mi propio barro interior.


¿O nos conformamos hablando distinto pero seguimos siendo y haciendo las mismas cosas que antes de meter en nuestro lenguaje las palabras prestadas de quienes nos dominan a través de ellas?


Las palabras son materia que marca y define. Y no se las lleva el viento. Pero así vamos. Etiquetamos cosificando, encuadrando y encasillando según mejor nos parezca. Hacemos falsificaciones de lo real. Pretendemos hacer variaciones y alteraciones de la nada en la que nos sumergimos sin conciencia. Buscamos el


valor en algunas supuestas metáforas de lo imposible. Porque etiquetamos cuando le decimos a alguien que tuvo una conducta tal o cual o es de determinada manera. O también si no lo es, porque no es como yo digo que debe ser.


Las palabras clave, esas que llevamos puestas con la medida del propio nombre, no se mitigan con nada ni pueden ser descafeinadas a gusto según los usos más o menos impuestos de un lenguaje que de por sí me desconoce en mis inconsistencias. Ignorancias propias de un tiempo en el que por cambiarlo todo, no cambiamos nada. Debilidades de quienes no pueden desnudar sus fragilidades para comprender las ajenas.


Así vamos. Con las limitaciones existenciales en medio de las limitaciones materiales. Pretendiendo identificaciones superficiales para un mundo que se extralimita y extiende en sus pesares y soledades.


Nadie sabe lo que puede sentir el otro o la otra cuando le pongo impunemente una etiqueta y con ese cartel colgado en su pecho y en su espalda lo tiro al medio, al surco, a la grieta. Allí donde nos caemos todos porque no hay lenguaje que sostenga nuestra pobre humanidad cercenada por el miedo y la injusticia, por la falta de verdad, dignidad y libertad. Y cada vez que pongo una etiqueta me estoy cayendo y estoy matando.


Los seres humanos somos quienes, sin más, erigimos nuestra corporeidad y nuestra animalidad diferente sobre tres patas: el lenguaje, la sexualidad y la conciencia de ser mortales. Con tres heridas viene, diría el poeta: la del amor, la de la vida y la de la muerte. *

Etiquetas para ser de una manera que no somos. Etiquetas para diferenciarme y diferenciar al que no me gusta. Etiquetas que silencian, acosan, expulsan.


Somos parte del imperio de las etiquetas. Para vendernos más. Para comprar nuestro voto. Redes llenas de etiquetas. Etiquetame. Te etiqueto. Rentable invención de quienes dicen saber más de nosotros que nosotros mismos.


En el mundo entero, en el idioma que sea, etiquetar es manipular. Y desde la entraña sale un sordo grito insuficiente: ¡llamame por mi nombre, no me adjetives, no digas de mí lo que no sabés, no me pongas etiquetas!


Lucrecia Casemajor

agosto 2021


*RAE: https://dle.rae.es/etiquetar.

**Miguel Hernández, Llegó con tres heridas.

***https://historia-arte.com/obras/desnudo-azul

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