Desde la Conferencia Episcopal de América Latina y el Caribe–CELAM hemos sido convocados a la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe.
Desde el corazón de nuestra iglesia, desde las entrañas de esta tierra encendida de caminos teológicos, pastorales y espirituales, hemos sido invitados a ser protagonistas, testigos y testimonio vivo de este tiempo.
En este momento en el que somos habitantes igualados por los mismos dolores, por las mismas debilidades y las mismas hermanas muertes, como en aquellos tiempos, hemos sido invitados al banquete del kahal, de la asamblea.
Podríamos pensar muchas cosas y hacernos muchas preguntas al respecto. Podríamos poner muchas excusas para no participar porque se nos hace difícil justamente ahora que cada una y cada uno estamos tan urgidos por resolver lo cotidiano, por salir a dar de comer, por ir a buscar al herido en nuestra propia familia o comunidad, por consolar y necesitar consuelo.
Sí, es en este tiempo que se nos pide, porque este es el momento de darnos cuenta de un presente que será hito. Abrirnos a la dimensión de una nueva conciencia histórica para proyectarnos al mañana. Será lo que habremos dejado para cambiar la historia.
Podríamos arriesgar que, quienes fueron viviendo los tiempos que luego fueron hitos en la historia de la humanidad, en la historia de la Salvación y en la historia de la Iglesia, no eran conscientes de lo que hacían, ni de porqué –esos hechos que vivían– luego serían considerados un antes y un después en la historia.
Un hito es un punto donde confluyen la coherencia histórica, la sorpresa contemporánea que lo hace original y los testigos protagonistas del momento.
Si nos detenemos a mirar lo que se nos propone desde la Asamblea Eclesial, podemos encontrar que la coherencia histórica está dada por los documentos que la guían y alientan como son Aparecida y el Magisterio del Papa Francisco, “para contemplar la realidad de nuestros pueblos, profundizar en los desafíos del continente en el contexto de la pandemia por el Covid-19, reavivar nuestro compromiso pastoral y buscar nuevos caminos para que todos tengamos vida en abundancia”.
La sorpresa contemporánea está dada justamente por este tiempo que nos tomó por asalto y que nos hace revisar, redimensionar y volver a jerarquizar la tarea de cada uno y cada una en nuestra dimensión de ser con otros y otras, en el aquí y ahora, para sembrar futuro. La sorpresa es la intervención de Dios que se hace presente en la historia y en las pequeñas historias que podemos escuchar y compartir en esta, nuestra Asamblea. Descubrir esas historias es mostrar a Dios y darlo de beber a quienes están sedientos hoy.
Y los testigos, somos todos y todas en este hoy, con las dificultades, los agobios y las tristezas que nos hacen vivir nuestro tiempo de Cruz, tan sagrado como único. Con todo lo que somos, tenemos lleno de amor el cacharro de barro que por nuestro Dios está siendo más amado que nunca antes. Y seremos fruto de ese amor para nuestro suelo latinoamericano, hermanados en la conciencia histórica de ser un hito que quedará escrito con la sangre, el sudor y las lágrimas del cuerpo de Cristo, que desde la Cruz nos pide trascendencia y nos muestra la gloria.
Hemos sido invitados, como en aquellos tiempos, a ser parte de la Asamblea inmensa que es este continente lleno de Esperanza. Aquí, donde vivimos más del 45% de los católicos del mundo; en la región con más alto índice de urbanización del planeta y donde la mayoría de sus habitantes viven en los barrios suburbanos; donde en el último medio siglo nuestra iglesia ha crecido en comunión pastoral y ha ido delineando su figura regional, tal como condensa Aparecida*.
Todo está dado, todo confluye: somos discípulos misioneros que hemos sido llamados a tener conciencia de hito. Hasta que toda rodilla se doble.
Lucrecia Casemajor
*Carlos María Galli, Dios vive en la ciudad, Ágape, 2014.
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