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Cultivar la entrega




En el año 1981, Borges publica La Cifra y dice en la inscripción “El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo”. Cuatro años después, en aquel libro que fue su testamento, Los Conjurados, dice así “Sólo podemos dar lo que ya hemos dado. Sólo podemos dar lo que ya es del otro”. Ambas inscripciones son dedicatorias a María Kodama. En ambos casos, se dona, se entrega, se da.


Pensarnos a nosotros mismos es algo que hemos ido perdiendo con este tiempo de vertiginosidad y aceleración. Tiempo despojado de pensamiento reflexivo, hondo, extenso sobre nosotros mismos y sobre la humanidad toda. Tiempo falto de arte y filosofía. Tiempo de inventar culturas y no de dejar que sean por historia, camino y procesos siempre nuevos. Así, llegamos a creer que somos lo que nos dicen que somos con ideas compradas en el bazar de la superficialidad, la relatividad y las cosmovisiones inventadas.


Andamos tan desprovistos de nuestra propia humanidad, que buscamos respuestas fuera de nosotros mismos. Y las ideas de otros nos pueden, nos invaden, nos aprisionan.


Hay valores que nos marcan y nos sustentan la vida más allá de nuestros propios desvaríos y debilidades. Eso que viene inscripto en nuestra historia personal y cultural.


Hay una conciencia trascendente que es la que nos guía si la dejamos y no interponemos ideas propias ni ajenas a nuestro proceso de crecimiento interior. Porque la mente sólo elucubra y razona, pero la conciencia discierne. Hay un sentido de búsqueda de la verdad que nos inunda y que obturamos con compras vacías de supermercado, con las diversas adicciones de efectos efímeros y con palabrerío insignificante.


Seguramente que, si nos permitimos ahondar en nuestras propias falsedades, si nos sinceramos –es decir si partimos de cero empezando por nosotros–, si tenemos la valentía de mirarnos al espejo y preguntarnos sin excusas, podremos ir viendo que lo que nos hace libres, verdaderos y felices son esos momentos donde aflora lo mejor de mí mismo para darlo a otro sin medida.


Cultivar la entrega es entonces la manera de sentirme único en mi libertad, de hacerme veraz y cierto y de ser feliz haciendo feliz a alguien que, fuera de mí, me está esperando.

Dar lo que ya le está dado al otro, haciendo realidad que dar y recibir son la misma cosa.

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